martes, 9 de octubre de 2012

¿La tercera crisis de la teoría económica?


Parafraseando a la economista inglesa Joan Robinson, quien fue discípula de Keynes y la primera persona en leer su Teoría general, así como una gran crítica de la teoría neoclásica marshalliana sobre la competencia perfecta, cuyos ensayos recomiendo echar un vistazo (especialmente dos: “¿qué es competencia perfecta?” y “teoría pura del comercio internacional”), me gustaría exponer un pequeño fragmento de una conferencia suya que lleva como título “la segunda crisis de la teoría económica”, pronunciada en una reunión de la American Economic Association en Nueva Orleans, el 27 de diciembre de 1971.

“La doctrina de que existe una tendencia natural a un equilibrio sostenido con pleno empleo no pudo sobrevivir la experiencia del completo colapso de la economía de mercado en los años treinta. De esa crisis surgió lo que se ha venido llamando revolución keynesiana […].

Sin duda, los veinticinco años que sucedieron a la última guerra fueron muy distintos de los veinte años posteriores a la primera. La idea de que era responsabilidad del gobierno mantener un nivel elevado y estable de empleo en su economía nacional fue una novedad. Es posible que se aceptase como ortodoxia sobre todo porque se advirtió que las economías planificadas no presentaban desempleo. La libre empresa tenía que justificarse ante sus propios empleados […].

La llamada política keynesiana ha consistido en una serie de recursos para hacer frente a las recesiones cuando éstas se presentaban. El desempleo se resolvería a través del gasto público, financiado con empréstitos. Los capitanes de la industria comprobarían que un paro muy reducido erosiona la disciplina en las fábricas, y los precios subirían.
En esta situación, es probable que los intereses de la gran empresa y los rentistas formen un bloque muy poderoso, y probablemente encontrarán más de un economista dispuesto a declarar que la situación resulta a todas luces malsana. Muy posiblemente, la presión de todas estas fuerzas, y en particular de las grandes empresas, inducirá al gobierno a volver a la política ortodoxa y reducir el déficit presupuestario. El resultado será una depresión […]

Keynes estaba poniendo en entredicho la ortodoxia dominante, la cual sostenía que le gasto público no podía aumentar el nivel de empleo. Ante todo, era preciso demostrar que ello era posible. Tenía que demostrar que un incremento de la inversión aumentaría el consumo, que habría más salarios que podrían gastarse en más cerveza y más zapatos, independientemente de que la inversión fuese útil o no. Tenía que demostrar que el incremento secundario de la renta real es completamente independiente de la finalidad del gasto primario. Paguemos a la gente para que cabe zanjas y vuelva a llenarlas si no es posible hacer otra cosa.
La guerra constituyó una dura lección de keynesianismo. La ortodoxia se vio obligada a ceder. Los gobiernos aceptaron la responsabilidad de mantener un nivel elevado y aceptable de empleo. Luego, los economistas asumieron a Keynes y establecieron una nueva ortodoxia. Una vez saldada la cuestión, debió cambiar toda la problemática. Ahora que todos estamos de acuerdo en que el gasto público puede mantener el empleo, deberíamos discutir la finalidad de este gasto. Evidentemente, Keynes no quería que nadie se pusiese a cavar zanjas para llenarlas luego otra vez.”

No voy a entrar a valorar aquí los diversos instrumentos que tiene el gobierno para crear un impacto positivo en la economía, como son la política monetaria (en manos de la Unión Europea), la política de rentas o las políticas de distribución de la renta, ni siquiera valoraré los“errores”en todo tipo de reformas institucionales, desde el plan Bolonia a la reforma laboral, pasando por la nacionalización de bancos en quiebra o privatizaciones de servicios públicos. Así como el fracaso o escaso interés en la cooperación entre los países tan necesaria en un mundo globalizado como el que nos ha tocado vivir.

Únicamente quería exponer a través de este breve texto cómo se ha apartado conscientemente por pura ideología, o mejor dicho, interés de quienes copan los altos estamentos del poder en todas sus dimensiones, la que creo es la enseñanza más importante que dejó al mundo la Gran Depresión de los años 30. A través de la política fiscal, concretamente mediante el gasto público, el gobierno podría mantener el nivel de empleo y parar el circulo vicioso entre aumento del desempleo, caída del consumo, caída de la producción, nueva subida del desempleo ( que conlleva a su vez mayor gasto público por prestaciones sociales, un descenso de los ingresos públicos y por lo tanto, el aumento del déficit), que se alimenta continuamente y que no parará hasta llegar a un nuevo“equilibrio”donde la miseria entre la abundancia sea el principal rasgo de nuestra sociedad, una miseria estúpida e innecesaria.

¿Estamos asistiendo a la tercera crisis de la teoría económica? Definitivamente no, pues son los gobiernos los encargados de poner las reglas de juego sobre las que funciona la economía y hoy, a diferencia de los tiempos de la Gran Depresión, la teoría económica propone alternativas y soluciones, falta voluntad política.

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