domingo, 1 de marzo de 2015

¿Qué es la economía heterodoxa? Más allá de Matrix

En los últimos años estamos siendo testigos de una agitación en la disciplina con la puesta en marcha de todo tipo de actividades identificadas con la heterodoxia económica, desde posgrados a asociaciones, conferencias y revistas, que buscan desconectar la mente de la simulación social que representa la economía neoclásica, nuestro “Matrix” particular. Sin embargo, la iniciativa en participar y desarrollar estas actividades se encuentra muy contenida, fruto de los obstáculos puestos en la carrera académica del investigador que se desvíe de los supuestos neoclásicos fundamentales, ya que éstos son los cimientos de la ciencia económica que se imparte en las universidades, que se publica en las revistas de mayor prestigio, la que recibe fondos de la investigación más cuantiosos, y que gana los premios más prestigiosos.

Todo lo mencionado aquí sería un resultado coherente si este predominio de la ortodoxia fuese un reflejo de la superioridad de estas ideas, consecuencia de un proceso de debate continuo con el resto de corrientes alternativas, pero lamentablemente, no es así. Si bien, no es raro ver a premios Nobel criticar duramente las ideas y políticas que se derivan del uso de este enfoque neoclásico, tan adecuado y favorable a propuestas que propagan el libre mercado a todos los ámbitos de nuestra sociedad; solo se pueden permitir esta deserción al haber alcanzado la cima de la profesión. Este desvío a posteriori no pondría en peligro sus posibilidades en el mundo académico. En ocasiones, estas denuncias se dirigen incluso a ciertas nociones que ellos mismos han ayudado a construir y que se han asimilado como hipótesis auxiliares dentro del paradigma neoclásico, funcionando como una especie de “amaño” del núcleo, a fin de generar resultados que apoyan el status quo; y que da a la corriente principal la sensación de evolución y cambio, pero que no son más que desarrollos que sirven para oscurecer aún más el análisis. Esta apreciación es algo que ya comentase hace justamente cien años Rosa Luxemburgo al comienzo de su obra más leída, Introducción a la Economía Política: “La economía política es una ciencia extraña”; y lo es porque al enfocar su objeto de estudio a una cuestión tan compleja y de tan fuertes connotaciones políticas, en una realidad social estratificada, hay un interés de la élite político-económica que ostenta el poder en que los desarrollos permitidos lo sean para oscurecer los argumentos y el entendimiento del funcionamiento del sistema capitalista; es decir, que  la economía neoclásica se construye, no para explicar las causas y problemas que van surgiendo y son observados en el plano real, sino para ocultarlos bajo óptimos y equilibrios macroeconómicos surgidos del comportamiento hiper-racional de un agente individual estándar, con el fin de mantener un único orden posible, el que los de arriba diseñan para el resto de habitantes.

Existe una división muy útil que separa a los economistas en dos amplios grupos: el mainstream o corriente principal y los disidentes (“dissenters”). Éste último grupo puede a su vez ser subdividido también en otros dos grupos: los disidentes ortodoxos y los disidentes heterodoxos. Algunos de los disidentes ortodoxos son Robert Shiller, Richard Taler, Dani Rodrick, George Akerlof, Paul Krugman, Joseph Stiglitz y Oliver Williamson, entre otros. Pero a pesar de sus (en ocasiones) severas críticas al mainstream, no se separan de la economía neoclásica, ellos tan solo desean mejorarla, cambiar algunas ideas auxiliares del modelo que a corto plazo impiden un correcto ajuste, lo que permitiría relajar sus restrictivos supuestos y asociar una explicación a los problemas observados, pero admitiendo que este ajuste se realiza efectivamente en el largo plazo.

En el lado de los heterodoxos se incluyen la economía postkeynesiana, marxista, radical, regulacionista, estructuralistas, circuitistas, institucionalistas, schumpeterianos,  economía antiutilitarista, economía feminista, economía ecológica, socioeconomía, evolucionistas, y otros. Los economistas heterodoxos forman una comunidad estrecha, con ciertos lazos teóricos e institucionales entre miembros de varias de las escuelas. Las etiquetas pueden ser útiles, pero también confusas, ya que muchos autores que trabajan en la frontera de varias de estas escuelas pueden adherirse a varias de ellas, en función de las preguntas a las que esté intentando responder con una determinada investigación. En todo caso, su uso parece inevitable dada la considerable variación entre los grupos de los economistas y sus ideas. Con esto no quiero sugerir que cada uno de estos enfoques trabaja con componentes aislados de la sociedad o de la economía, ya que como ciencia social se ocupa de un todo interrelacionado; sino que la concepción atribuida a cada una de las diversas tradiciones heterodoxas debe verse como un acercamiento a la misma totalidad pero para un conjunto distinto de preocupaciones, lo cual motiva diferentes preguntas.

La heterodoxia muy habitualmente es rechazada y simplificada a una mera oposición a la ortodoxia, como hacen los economistas neoclásicos para ignorar estos sistemas teóricos alternativos. Una distinción no rigurosa entre los programas de investigación heterodoxos y ortodoxos es la siguiente:

Supuestos
Escuelas Heterodoxas
Escuelas Ortodoxas
Epistemología/ontología
Realismo
Instrumentalismo
Método
Holismo, organicismo
Individualismo, atomismo
Racionalidad
Racionalidad limitada, satisfacción del agente
Hiper-racionalidad, agente optimizador
Núcleo económico
Producción, crecimiento
Intercambio, asignación, escasez
Núcleo político
Mercados regulados
Mercados sin restricciones

Se puede hacer una ampliación de los elementos en común que presentan, en distinto grado según la problemática que traten, las diversas escuelas heterodoxas. Entre ellos pueden identificarse la preocupación fundamental de la incertidumbre en la toma de decisiones, la importancia del tiempo, las instituciones y la historia, y el rechazo a un reduccionismo metodológico que implica que los métodos matemáticos son siempre y en todo lugar los apropiados, recordando que éstos son una herramienta más, adoptando una perspectiva metodológica pluralista. Debido al conjunto de estas características, se hace evidente que la división micro/macro de la economía ortodoxa es inadecuada, y que la explicación a los fenómenos macroeconómicos no descansa en un análisis agregado de la conducta individual, tomando relevancia en estos enfoques el análisis macroeconómico sobre el microeconómico, a la inversa del tratamiento convencional.

Pero, con tantos contrastes entre corrientes rivales y el boicot desde el cual reafirma su programa de investigación la economía neoclásica, ¿se puede hablar de ciencia económica? En un terreno en el cual las ideas aceptadas socialmente y amplificadas a través de los medios e instituciones oficiales tienen unas implicaciones tan decisivas, la lucha por el desarrollo de la disciplina como ciencia se antoja primordial, y la oportunidad surgida del cuestionamiento de la economía neoclásica por la ineficacia de sus soluciones no debe dejarse pasar. Desde diversas universidades de todo el mundo los estudiantes han hecho sonar el cuerno de batalla haciendo un llamamiento al momento histórico que nos ha tocado vivir, pero los receptores del mensaje en su mayoría parecen cómodos haciéndose los sordos y continuando con su tarea. Quienes llevan décadas fomentando y trabajando en la periferia académica, son conscientes de que es la hora de asaltar su fortaleza, no somos seres programados por máquinas en una sociedad determinista, que no nos despojen de nuestro libre albedrío, reclamemos nuestra condición humana y llevemos el mundo real a las aulas de economía.

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martes, 17 de febrero de 2015

Abulia económica entre paradojas y mitos.

Las principales implicaciones de la política económica imperante desde hace décadas en lo que se denomina el Consenso de Washington, toman una preocupación primordial sobre la estabilidad de precios y una profundamente arraigada creencia en las propiedades auto-estabilizadoras de los mercados desregulados. En este contexto, la estabilidad financiera es una preocupación secundaria y la política de empleo se equipara con promover unos mercados de trabajo más flexibles. Esta filosofía económica, escondida en las fuertes restricciones a las que son sometidos los modelos de la corriente neoclásica, y oscurecidos con sofisticadas ecuaciones matemáticas, ha contribuido a que la ceguera de la profesión de la economía provocase la edificación de los desequilibrios económicos que estallaron con la crisis.

Si nos centramos en el supuesto neoclásico referente al individualismo metodológico, la existencia de un agente representativo hiper-racional, éste supone la afirmación de que todo análisis debe comenzar en el nivel del individuo y que empresas libres sin interacción entre ellas generarán a través del mercado un óptimo de Pareto, es decir, que se asignaran los recursos escasos de la forma más eficiente posible para la sociedad. Por el contrario, los economistas heterodoxos que parten de un enfoque holístico, donde  el todo es un sistema más complejo que una simple suma de sus elementos constituyentes, se han fijado en la posibilidad de siete paradojas o falacias de composición, una de las nociones más importantes y más ignoradas de la macroeconomía, las cuales señalan ciertas contradicciones que ocurren de la pura agregación del agente representativo de la economía neoclásica y que han tenido una relevancia importante en la reciente recesión:

1. Paradoja del ahorro, mayores tasas de ahorro conducen a reducir la producción.
2. Paradoja de los costes, salarios reales más altos conducen a mayores tasas de beneficio.
3. Paradoja de los déficits públicos, los déficits del Gobierno aumentan los beneficios privados.
4. Paradoja de la deuda, esfuerzos de desapalancamiento podrían dar lugar a mayores niveles de apalancamiento.
5. Paradoja de la tranquilidad, la estabilidad es desestabilizadora.
6. Paradoja de liquidez, nuevas formas de crear liquidez terminan por transformar activos líquidos en ilíquidos.
7. Paradoja del riesgo, posibilidades de cobertura de riesgo individual conducen a mayor riesgo global.

La extrapolación de forma natural que habitualmente tendemos a hacer de nuestra situación individual al resto de la sociedad no se limita al caso de la economía, por poner un sencillo ejemplo cotidiano en otras esferas de nuestra vida, algunas personas pueden decidir salir rápidamente por las puertas de un cine abarrotado, mientras que no todo el mundo puede hacerlo si lo deciden todos a la vez.

La paradoja o falacia de composición más conocida es la “paradoja del ahorro” expuesta por primera vez por John Maynard Keynes: tratar de ahorrar más disminuyendo el consumo agregado no incrementa el ahorro. Normalmente se expone tomando el ahorro de los hogares como el equivalente a la acumulación indeseada de inventario por parte de los productores, acarreándoles no cubrir costes al no vender su producción, pero puede explicarse también con una cuestión que ha despertado una histeria general, el déficit acumulado a consecuencia de la crisis actual por los países más azotados por sus efectos. La sabiduría popular da por sentado que los déficits públicos son discrecionales, y que si el sector público se esforzase podría rebajar su déficit. Sin embargo, no son conscientes de los impactos que dicha reducción provocaría en los balances del sector privado y exterior, que son la otra cara de este déficit, y esto es así por una simple norma aplicable a la contabilidad macroeconómica de cualquier país:

Balance Privado Domestico + Balance Público Doméstico + Balance Exterior =0

La situación llevaría a menores superávits privados o exteriores y una caída de la demanda agregada que no disminuiría el déficit, al ponerse en marcha los estabilizadores automáticos: aumenta el gasto social y se derrumba la recaudación de impuestos. Es de señalar que quienes apoyan esta política de empobrecimiento tienen la confianza en que las exportaciones, algo que cae en su mayor parte fuera del control de las naciones por ser dependientes de muchos factores, impulsarán la competitividad vía precios y salarios relativos. La miseria doméstica nos haría competir en el exterior, sin embargo esto es impreciso, puesto que este tipo de estrategia acarrea consecuencias en el extranjero, incluida la posición sobre los tipos de cambio en terceros países y la disminución de la demanda agregada global, se vuelve a recordar aquí que el superávit de alguien es el déficit de algún otro.

Las primeras tres paradojas están muy relacionadas y tienen su reflejo directo en las variables macroeconómicas “reales”, mientras que las otras cuatro surgen del funcionamiento de los mercados financieros. Como ya se ha puesto en claro la conexión de la primera con la tercera, voy a hacer un breve apunte sobre la segunda, “la paradoja de los costes”, expuesta por el economista polaco Michal Kalecki.  El consumo de los hogares depende en gran medida de los ingresos, que proceden del gasto hecho por las empresas y sector público en salarios, de los beneficios, y de los intereses. Este gasto, a su vez, es llevado a cabo por las empresas en base a las expectativas de venta, que son los desembolsos por parte de los hogares, de los extranjeros, de otras empresas y del sector público. Si un empresario decide mejorar su balance reduciendo costes por medio del salario de los trabajadores, y le siguen en su estrategia el resto de empleadores,  lo que a nivel individual supondría una mejora, a nivel agregado lleva a un menor ingreso de los trabajadores en su función de consumidores, y por ello,  se reducen las ventas totales y por tanto los ingresos de las empresas, que ven sus balances mermados, debilitándose las expectativas de inversión para toda la economía, que se ven agravadas cuando la capacidad de producción está por debajo de su potencial ante las débiles expectativas de venta.

Las recetas económicas en los últimos seis años varían muy poco, seguimos escuchando que hace falta (aún más) flexibilidad laboral y disciplina fiscal, y que con ello conseguiremos ser “competitivos” en el exterior, la mágica salida a todos nuestros males y que nos hace dependientes totalmente de factores externos que no podemos controlar, aunque para llegar a ello deban empobrecer antes a los ciudadanos deprimiendo aún más la economía por la incomprensión de la macroeconomía, sosteniendo las falacias de composición aquí comentadas. Pero, ¿qué es lo que determina entonces los ingresos a nivel agregado? Todo gasto tiene que ser recibido por alguien en forma de ingreso, sin embargo la sociedad no puede decidir aumentar sus ingresos a no ser que incurra antes en gastos, es ese flujo por el cual la causalidad es a la inversa de lo que ocurre a nivel individual, y ésta es una cuestión vital para entender la dinámica económica y aumentar en último término el stock de bienes y servicios producidos, el crecimiento. En definitiva, es la demanda agregada la que nos marca el camino, en oposición a los modelos neoclásicos de la corriente económica que se enseña en universidades y asesora a nuestros políticos ¿hasta qué punto ser permitirá que continúa en su obstinación el stablishment político-económico?

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sábado, 7 de febrero de 2015

¡Es la demanda, imbéciles!

El error e ideología que se esconde en el fondo de las soluciones recetadas para volver a la senda del crecimiento va mucho más allá de reuniones opacas en las que las élites fijan los pasos a seguir, se encuentra en los cimientos de nuestras sociedades, en la educación, en cómo se enseña Economía en las universidades. Lo quedó expresado muy bien en una frase el economista estadounidense y premio Nóbel Paul Samuelson: "No me importa quién escribe las leyes de una nación, o la artesanía de sus tratados avanzados, si puedo escribir sus textos de economía."

El discurso dominante falla a la hora de dar cuenta tanto del origen del beneficio, como de explicar los determinantes del producción, esto es algo que vieron pronto tanto Marx en su crítica a la economía clásica, como Keynes con su frustrada revolución contra la economía neoclásica. Ambos dirigieron sus dardos a lo que se conoce como ley de Say, justo al centro de la diana, raramente  referenciada explícitamente pero que se encuentra en el corazón de la ciencia económica que hoy damos en las universidades.
Si bien la teoría neoclásica supuso una ruptura con la escuela clásica y el papel protagonista que jugaban en su exposición del crecimiento las clases sociales y la distribución, tomó de ella la llamada “ley de los mercados” o ley de Say, la proposición por la cual la oferta crea su propia demanda, y que establecía que no podía haber  una recesión causada por una deficiencia general de la demanda agregada, aunque ello no implicaba que no pudiese ocurrir de alguna otra forma. Ricardo y James Mill en sus escritos ya sostuvieron que desajustes en la producción, causados por desequilibrios sectoriales, podrían crear un exceso de oferta o de demanda de forma transitoria, pero seguiría habiendo una oferta agregada equivalente a la demanda agregada, la cual acabaría corrigiéndose a través de los cambios en los precios relativos de los bienes. 
Luego, el sistema de precios aparecía así como el pegamento que hacía pasar la teoría económica por racional y se erguía como el regulador que validaba la Ley de Say de que toda oferta comporta la aparición de una demanda equivalente, que hacía imposible abordar la dinámica real del capital, el proceso de acumulación, obligando a buscar las perturbaciones del equilibrio del sistema fuera de éste, no dando cabida así a las tesis subconsumistas asociadas a la sobreproducción, que ya habían desarrollado Sismondi y más tarde, Hobson. Así, la economía neoclásica huyó hacia la utopía pura de un mundo ilusorio de equilibrios, óptimos y perfecciones, caracterizado por la igualdad omnipresente de los intercambios y la armonía universal de los intereses; consiguiendo, como estaba convencido Adam Smith, gracias al egoísmo racional de los intereses particulares; el mejor de los mundos posibles blandiendo la varita mágica del equilibrio general conducido por una misteriosa y divina mano invisible. Quedaba abolido todo problema moral, ya que de aquí se deducía que lo que tiene que hacer cada individuo, para originar una actividad socialmente óptima y eficiente, es actuar de la manera más egoísta posible. 

Marx, que estudió el mecanismo de acumulación del capitalismo, consideró las crisis como desviaciones temporales, aunque inevitablemente recurrentes, consecuencia de estabilizar la tasa de ganancia de los empresarios a través del ejército de reserva industrial; esto es, una amplia plantilla de trabajadores desempleados que servía para que los salarios bajasen. En Marx, el nivel general de actividad “gravitaría” alrededor de ese equilibrio de largo plazo que restablecía la tasa de ganancia a niveles deseados por los capitalistas, argumento que incluye en si mismo la ley de Say, si bien a corto plazo sus argumentos se asemejan a los de Keynes con un rechazo a ésta. A diferencia de una economía de trueque, para la cual la ley de Say sería válida, Marx señaló que en una economía capitalista el dinero no es simplemente un medio de intercambio, sino que es también reserva de valor, puede ser atesorado. Si los empresarios capitalistas son inducidos a no utilizar el capital creado, la demanda agregada será menor que la oferta, y la economía sufriría simultáneamente la existencia de capacidad productiva no utilizada y de trabajadores desempleados.

En condiciones de incertidumbre; uno de los principales aspectos de la teoría keynesiana e ignorado en la posterior síntesis-neoclásica que supuso una distorsión de su obra; el dinero no es neutral, algo totalmente opuesto a lo que presuponen los modelos ortodoxos que describen una economía de trueque y no monetaria, como es el capitalismo. En un mundo incierto, la posesión de dinero y otros activos líquidos proporciona utilidad porque supone una protección del titular frente al temor de no poder cumplir con obligaciones futuras. La Ley de Say afirma que cualquier nivel de producción que se produce se vende, mientras que la teoría de la demanda efectiva propuesta por Keynes afirma que la economía tenderá a producir el nivel de producto que puede ser vendido, lo que directamente implica que el mercado no tienda al pleno empleo sino que puede estar de manera continuada en elevadas tasas de desempleo. Si la rentabilidad o tasa de ganancia en términos marxistas aumenta, pero el mercado se contrae, no existe razón por la que ningún empresario instale nueva capacidad productiva si no tiene a quienes venderle, no hay expectativas que impulsen esa inversión, los “animal spirits”  keynesianos estarán entonces dormidos, desanimados. Además, en el mundo real, el dinero surgido inicialmente de los ingresos de la producción, sean éstos de trabajadores o de capitalistas, puede desviarse a los mercados de activos y no ser gastado en bienes, debido a unos mayores retornos y disponibilidad de liquidez, especialmente en la especulación.

Podemos  sumar otros problemas al cumplimiento de la ley de Say, como el desfase temporal entre la producción y la venta, con la dificultad añadida de tomar en consideración la innovación tecnológica o las preferencias cambiantes de los consumidores; sobre las cuales las instituciones en sentido amplio, que incluyen costumbres, hábitos y rutinas, tienen un papel fundamental aunque limitado; y que puede provocar que las expectativas que existían en el momento de comenzar el proceso de producción sean totalmente diferentes a las que existen una vez finalizado. Es por ello que para inducir artificialmente al equilibrio que emana de la ley de Say en los modelos neoclásicos, inferidos de un proceso de agregación más que cuestionable resultado de la suma de individuos tomados como iguales, se acuda a la restricción de la deshumanización de los propios individuos, a la caricatura del homo-economicus neoclásico representada en ocasiones como Robinson Crusoe, y que se construye sobre la hipótesis de hiper-racionalidad de los agentes económicos, con unas preferencias ordenadas que maximizan su utilidad independientemente de las acciones y preferencias de otros.
Pero un problema más grave es la asunción universal de que en los mercados las empresas son precio-aceptantes, con precios fijados por la competencia, y no la norma de precios administrados gracias a la existencia de oligopolios con poder para fijar el mark up, la diferencia entre los costes y el precio del producto, igualando la oferta y la demanda a través de cambios en el empleo y la producción, y no por ajustes en precios.

El rechazo de la ley de Say, ya que no todo el acto de ahorro se traduce necesariamente en un acto de inversión, y la consideración del sistema capitalista como un sistema inestable, cuyas fuentes son endógenas, haciendo hincapié en la importancia central de la demanda agregada, aleja a gran parte de la heterodoxia económica del equilibrio general de la corriente dominante y de su utopía autocorrectora. Todo el edificio teórico construido en base a la ley de Say y sus implicaciones es la antesala de nuestro adoctrinamiento, el estudio de un mundo irrelevante que desprende soluciones que inevitablemente desembocan en fundamentalismo de mercado.

Permitir un cambio de rumbo en la crisis, un cambio que no suponga concesiones transitorias fruto de la presión social, un pacto débil que con el tiempo se supera y queda obsoleto con el progreso de la tecnología y cambios institucionales, como vemos ha venido ocurriendo desde los años 70, necesita el desarrollo y el debate de un programa académico alternativo al actual, que permita diversidad teórica y metodológica y una perspectiva plural, desde el acercamiento de las diversas disciplinas que forman las ciencias sociales. ¿Se está moviendo algo en esta dirección? Si, desde hace unos meses, 42 asociaciones de estudiantes de economía de 19 países distintos impulsaron el llamamiento internacional por el pluralismo en economía bajo el nombre de “International Students Initiative for Pluralism in Economics” (ISIPE), entre los que se incluye el grupo de Economía Crítica Extremadura, del cual soy miembro. Desde entonces, el número de colectivos de estudiantes y los apoyos dentro del mundo académico y profesional, han ido en aumento, pese a todos los obstáculos para que esto prospere y la etiqueta de “herejía” a todo aquello que se salga de lo convencional, con el estigma que supone en la profesión económica, forzándose a quienes alertan de las fallas del discurso tradicional incluso al exilio a universidades de poco peso  y revistas de escaso impacto por quienes temen al pensamiento crítico fomentado desde la educación ¿Nos pararán? De momento estamos ganando terreno, el momento apremia, como muy bien apreció el economista francés Robert Boyer hace muchos años, “cuando las crisis duran, las ortodoxias se agotan”.


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viernes, 16 de enero de 2015

¿Debemos parar la crítica a los economistas?

En un artículo publicado en la web del World Economic Forum, Hans-Werner Sinn se planteaba esta pregunta argumentando que la mayoría de las críticas vertidas hacia la economía ortodoxa son motivo de ignorancia e incomprensión. Los defensores de la Economía neoclásica parten de un enfoque metodológico inspirado en Milton Friedman, una visión instrumentalista sobre la cual se construyen las teorías y modelos económicos que hoy se enseñan en las universidades y sobre las cuales descansan las recomendaciones en política económica, que no parecen encontrar soluciones adecuadas a los problemas de la sociedad.

El instrumentalismo metodológico consiste en usar ciertas condiciones o supuestos idealizados, usándolos como puntos de referencia para el análisis de los fallos de mercado, lo que se conoce como Tesis de la Irrelevancia de los Supuestos. Así pues, independientemente del realismo de estos supuestos, éstos son un instrumento que sirve para explicar la conducta del  individuo en base a las desviaciones sobre los puntos de referencia de los cuales se parte, aseguran. 

Las condiciones de referencia están recogidas en el Primer Teorema Fundamental de la Economía del Bienestar propuesto por Arrow y Debreu, que establece que cualquier equilibrio competitivo o walrasiano, lleva a una situación de asignación de recursos económicos que es eficiente de acuerdo al criterio de asignación de Pareto. Las suposiciones implícitas son que los consumidores son racionales, los mercados son completos, hay perfecta flexibilidad de precios y salarios, no hay externalidades y la información es perfecta. El desarrollo de la economía neoclásica ha llevado a relajar algunos de estos supuestos integrando la información asimétrica y la competencia imperfecta, creando, en terminología de Lakatos, un cinturón protector al paradigma neoclásico, dejando el núcleo central de éste, tomado como irrefutable, intacto, basado en la existencia de un equilibrio general y de individuos racionales. La racionalidad económica de los individuos lleva implícita la visión de una sociedad atomística de entes aislados que disponen de unas capacidades racionales que les permiten procesar perfectamente toda la información obtenida del entorno, calculando el conjunto de alternativas existentes y eligiendo la opción que maximiza su utilidad, la cual viene dada por un conjunto de preferencias perfectamente ordenadas.
Es curioso como esta racionalidad individual ha dado lugar al afrontar la evidencia empírica a múltiples paradojas, como la paradoja del ahorro o la de los costes. Lo más común es señalar que no ha ocurrido lo que en el modelo debido a distorsiones ajenas al mercado, echando la culpa al intervencionismo del gobierno, pero en este artículo Hans-Werner Sinn es la primera vez que leo apuntarse de una manera tan forzada un tanto a la economía neoclásica sin aludir a la información asimétrica o a la competencia imperfecta, que entran dentro de sus hipótesis, aludiendo a que el verdadero objetivo del “homoeconomicus” es hacer más fácil la distinción entre las fallas del mercado y fallas mentales, tratando de detectar la irracionalidad colectiva. Sencillamente, brillante, aunque seguidamente este economista alemán alude a las reglas de juego como causantes de tal falla de los mercados, con argumentos derivados de la corriente neoinstitucionalista, una distorsión exógena del equilibrio ajena a los modelos neoclásicos que implícitamente suponen un laissez-faire de manual, y que incorporan al cinturón protector de la economía neoclásica los costes de transacción e información y las restricciones de los derechos de propiedad, algo que dista de ser atribuido entonces como “irracionalidad colectiva”.

Existen escuelas de pensamiento económico (postkeynesiana, institucionalista, neomarxista, regulacionista, radical, etc.) que desarrollan una ciencia económica bajo otros supuestos más realistas y menos restrictivos, en ocasiones con gran complementariedad entre sus desarrollos, y que tienen como consecuencia unas teorías y consideraciones políticas totalmente diferentes a las que se llega inevitablemente desde los modelos neoclásicos. Algunas de tales consideraciones son que un crecimiento de la demanda no coincide necesariamente con un aumento de los precios; que el aumento del salario mínimo o del salario real no deriva en el aumento del desempleo ni en el descenso de la tasa de beneficio de las empresas; el descenso de los índices de ahorro no desencadena la caída de la inversión, la ralentización del crecimiento o el incremento de las tasas de interés; o que la flexibilidad de los precios no conduce necesariamente a la economía hacia el equilibrio óptimo. Pero, entonces,  ¿Por qué estas escuelas no se han impuesto en el debate y la confrontación académica a la economía neoclásica? ¿Será que sus desarrollos son inferiores? Solo ha habido una oportunidad de saberlo, en lo que se llamó “La Controversia del Capital” en los años 70, y la economía tradicional salió malparada, desde entonces se limita a ignorar el resto de contribuciones y encerrarse en aumentar la complejidad matemática de sus modelos. Ello es posible solo por decisión política, y es porque con sus desarrollos estas escuelas “heterodoxas” se oponen a lo que se conoce como “El Consenso de Washingtonguía para las políticas económicas seguidas por los gobiernos, bancos centrales e instituciones económicas internacionales que nos han llevado hasta esta situación y que es reafirmada por las conclusiones a las que llega la economía neoclásica. Esto sí que es un verdadero instrumentalismo y no el metodológico.

Los economistas somos muy dados a contar historias y presentar analogías, como hace Hans-Werner Sinn para rechazar las críticas a la economía neoclásica, dice: “los economistas son como los médicos, que tienen que saber como se ve un cuerpo sano antes de que puedan diagnosticar la enfermedad y prescribir el tratamiento”. De ser así somos como los médicos anteriores al s.XIX, que no reconocían el cuerpo humano en toda su complejidad y aplicaban sangrías a toda dolencia, ¿aceptamos la pluralidad de desarrollos y avanzamos en la ciencia  o continuamos desangrándonos?



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viernes, 13 de junio de 2014

El mito de la mano invisible y la falacia del egoísmo



La tan cacareada mano invisible de quien muchos consideran el padre de la Economía actual, Adam Smith (1723-1790), es la metáfora más popular de la Economía, así como la más llamativa distorsión que podemos encontrar en la historia del pensamiento. Asociada a la autorregulación de los mercados, de manera que si las personas actúan en función de su propio interés, sin proponérselo, guiados por una mano invisible, lograrían una solución de mercado que es óptima en términos de Pareto, es decir, nadie podría mejorar su posición de equilibrio sin empeorar la de otro, es hoy, a grandes rasgos, junto con el concepto de homo economicus, el núcleo principal del mainstream de la Economía académica, y que lleva a la famosa consigna política <<laissez faire, laissez passer>> que todo liberal dogmático lleva por bandera.

Aquí hay dos cuestiones a examinar, ya que la figura de la mano invisible nos lleva, irremediablemente, hacia el concepto de egoísmo atribuido como motor de la prosperidad. La referencia a la mano invisible aparece tres veces en toda la obra de Smith, la última en el libro IV de su principal obra, “La riqueza de las naciones” (1776). En su libro “La riqueza de las ideas: una historia del pensamiento económico” que vio la luz por primera vez en italiano en 2001 (2006 en castellano), Alessandro Roncaglia señala que las tres referencias a la mano invisible en la obra de Smith no ofrecen evidencias para sustentar la interpretación actual que se le asocia, como también recalca Gavin Kennedy en su libro “Adam Smith’s Lost Legacy”, publicado en 2005, donde denuncia la distorsión de las ideas del economista y filósofo escocés. Publicado en ese mismo año y traducido en 2011 al castellano, en “El mito de la mano invisible” Roncaglia se hace eco de una publicación de Gilibert(1998), quien observa que ni los contemporáneos de Smith ni los estudiosos de su pensamiento hasta mediados del siglo XX prestaron atención alguna al tema de la mano invisible, afirmando que el origen de la interpretación actual se encuentra en George Stigler, Nobel de Economía en 1982, que en 1951 publicó un articulo sobre la división de trabajo donde reconstruía las ideas de Smith, que luego serían tomadas por Arrow y Debrew tras desarrollar su teoría axiomática general del equilibrio económico, dándole el derecho a la teoría moderna a ser vista así como la coronación del diseño cultural smithiano.

El segundo punto, sacado del frecuentemente citado ejemplo sobre el carnicero, el cervecero y el panadero, y el papel mutuamente beneficioso del comercio movido por su interés privado, se basa en Smith en un doble supuesto: la idea de que cada persona conoce mejor que cualquier otra sus propios intereses, y otro que ha quedado enterrado por la influencia central del utilitarismo en la visión del homo economicus de la teoría neoclásica, que es el principio moral de la “simpatía”, expuesto en su obra “Teoría de los sentimientos morales” (1759). Siguiendo a Roncaglia (2006) la distinción del interés privado e interés público se convierte en un conflicto irreconciliable solo si el interés privado se interpreta de modo restrictivo, como egoísmo más que como interés personal, implicando el último la atención a los propios intereses moderados por el reconocimiento o simpatía de los intereses de los demás.

Son estos dos aspectos los que ponen sobre el tapete la ignorancia de quienes hacen alegremente uso del pensamiento de Smith para implicaciones que no tendrían nada que ver, dentro de una estructura marginalista que difiere totalmente de sus ideas originales. ¿Por qué no se ha producido un debate sobre la teoría de Adam Smith, como surgió, por ejemplo, con la publicación de la edición critica de los escritos de David Ricardo por Piero Sraffa? Parece no interesar, no vaya a ser que la elocuencia del discurso ortodoxo, que no su validez, cada vez más puesta en duda por la realidad, quede alterada por la pérdida de uno de los anclajes que lo legitima.

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